El autoengaño es una de las características principales de la enfermedad de adicción. A la persona que padece drogodependencia o ludopatía le cuesta un mundo reconocer su problema.
Es un mecanismo de la propia enfermedad. La adicción deteriora gravemente las áreas del cerebro encargadas de regular la toma de decisiones y el autocontrol.
¿Cómo sabe una persona y sobre todo su familia que hay adicción a una droga como el alcohol o a una conducta como el juego?
Consumo continuado a pesar de los problemas
Se considera que una persona ha desarrollado dependencia cuando sigue consumiendo la sustancia que sea o jugando a pesar de los problemas causados.
La tolerancia y la necesidad de consumir o apostar cada vez más cantidad es un síntoma de la enfermedad. Pero la prueba definitiva es no dejar de consumir pese a que haya consecuencias cada vez más graves.
Las personas con adicción desarrollan la enfermedad porque tienen algún tipo de predisposición o vulnerabilidad biológica (falta de dopamina, por ejemplo). Pero la adicción tarda tiempo en manifestarse o por lo menos en hacerse evidente para el entorno familiar.
Normalmente las personas alcohólicas tocan fondo más tarde que los consumidores de otras drogas o las personas enganchadas al juego.
Pero con independencia de los ritmos, todas las personas adictas terminan del mismo modo, con una lista interminable de problemas que afectan a todas las parcelas de su vida desde la propia salud, los estudios o el trabajo, hasta las relaciones de pareja y familia.
La adicción es una enfermedad degenerativa porque siempre va a peor. De hecho, si no se consigue remediar a tiempo, termina costando la vida. Es un trastorno mental en que la persona afectada es contraria a ir a terapia.
Intervención de la familia
En la mayoría de los casos tiene que intervenir la familia. El papel de la pareja, familiares directos o amigos íntimos es determinante porque son quienes están en condiciones de pedir ayuda y encontrar una solución.
Las fiestas de Navidad pueden ayudar a acelerar el proceso para iniciar el tratamiento. Son fechas de compromisos y reuniones familiares en las que la persona con adicción suele quedar en entredicho, aún más que en otras épocas del año.
La persona con adicción no es capaz de frenar el consumo o el juego. Ni siquiera en Navidad. No es capaz de cumplir con los compromisos. Ni de controlarse en una comida o cena donde está toda la familia reunida, mayores y niños incluidos.
Pesadilla en Navidad
La persona adicta echa por tierra los planes familiares de Navidad: llega tarde y en mal estado a la cena de Nochebuena -si es que llega-, monta el numerito cada dos por tres, arruina la entrada del año nuevo y es incapaz de responder en condiciones a la ilusión de sus hijos pequeños con los regalos porque se ha gastado el dinero en la sala de apuestas o comprando la papelina al camello, que no es precisamente el cuadrúpedo con joroba que transporta a los tres reyes magos de Oriente.
Pesadilla en Navidad sería el título de película que mejor describiría lo que sufren en estas fechas las familias que conviven con alguien que ha desarrollado la enfermedad.
Momento ideal para pedir ayuda profesional
Sin embargo, las próximas fiestas pueden convertirse en el mejor aliado de las familias que conviven con una persona con adicción. Puede ser el momento acordado por todos para decir “basta”. Puede ser el momento preciso para aplicar el amor duro. Puede ser la excusa perfecta para decir “hasta aquí hemos llegado” y pedir ayuda profesional.
La Navidad puede ser el momento ideal para que toda la familia haga causa común, haga piña, y obligue a la persona adicta, que está incapacitada para decidir bien por su cuenta, a comenzar el tratamiento, única vía para cambiar una situación insostenible y única salida, en definitiva, para salvar la vida.