Por muchas evidencias que haya, es complicado hacerle ver a una persona adicta que su situación es grave y que debe ir a terapia.

Cuando la adicción se dispara, se acumulan los desastres. Pero ni las rupturas, ni las deudas, ni las pelas, ni los juicios, ni los despidos son razón suficiente para doblegar al adicto.

La adicción es una enfermedad que afecta al cerebro y que se distingue precisamente por la negación, la justificación y la minimización.

Aunque los hechos digan lo contrario, la persona adicta rechaza que tenga un problema o lo justifica o dice que no es para tanto.

Esta es una de las características de la enfermedad: por muchos problemas que ocasione el consumo, por mucho sufrimiento que provoque, la persona adicta insiste y rechaza la ayuda.

Cuando a alguien le surge un problema de salud, acude rápido al médico y al especialista. En adicción no ocurre lo mismo. La persona con el problema lo niega y aunque su situación cada vez sea más grave, se resiste a hacer tratamiento.

Deformar la realidad

El cerebro se ve afectado por el consumo y la persona adicta retuerce la realidad hasta deformarla por completo. Y cree erróneamente que no podría vivir sin consumo o sin juego.

Por esta razón es tan importante que los familiares del adicto se informen, consulten con un especialista qué hacer y tomen las decisiones en lugar del enfermo.

La mayoría de las personas que inicia la recuperación de adicciones lo hace empujado por sus familias.

El papel de la familia es fundamental para su salvación. Porque son los padres, hijos, hermanos y pareja los únicos en disposición de buscar remedio a una situación que la persona adicta no va a ser capaz de resolver sola.

Los familiares deben saber que su ser querido está enfermo y hace lo que hace porque no puede dejar de hacerlo. La enfermedad de adicción le supera.

Áreas del cerebro dañadas

Las áreas del cerebro ligadas al control de impulsos, la voluntad y la toma de decisiones están dañadas. Por eso el adicto rechaza la ayuda y sigue su huida hacia adelante a pesar de las consecuencias. No olvidemos que la adicción es una enfermedad, sobre todo, de salud mental.

Para dar con la solución, los familiares primero deben entender cuál es el problema. El hecho de que la adicción se considere un vicio y no una enfermedad hace que las familias que la padecen sientan vergüenza, oculten la situación y tarden en pedir ayuda, perdiendo así un tiempo precioso.

Muchas veces, además, los familiares caen en la trampa del adicto y piensan que la situación se resolverá sola. Que una mala racha la tiene cualquiera. Pero la adicción no es una racha. Es una enfermedad implacable si no se trata a tiempo.

Por eso es fundamental que las familias se informen primero y actúen después. Porque su intervención puede ser decisiva para que el adicto comience el tratamiento.

Los familiares bien aconsejados acaban entendiendo que la firmeza es la única respuesta válida ante la enfermedad de adicción.

Y acaban comprendiendo que el tratamiento es la única salida viable.